lunes, 5 de noviembre de 2018

El cero y el infinito, de Arthur Koestler. Continuación

          Imaginad una depresión en mitad de un llano florido, en primavera. Puedes ir hacia el centro, observando florecillas, algún arbusto, sus habitantes los insectos. De este modo, desciendes paso a paso entre el césped más o menos frondoso y fresco. Cuando te aproximas lo suficiente al centro del cono, ves que ahí, en el vértice, no hay un charco de agua, sino un agujero, una sima, que te lleva a las profundidades. Cuando te aproximas más aún, al borde podríamos decir, ves que, aun peligroso y difícil, el descenso es posible. Bien, eso es una obra literaria. Y hasta ahora, en la entrada anterior, hemos observado desde la distancia el paisaje. El llano en sí no nos interesa, en wikipedia lo tenéis. Estamos, ya, en el borde. Y para poder descender hay un prejuicio muy útil: la intención del autor.
       
Arthur Koestler
  
       
          Para nosotros, está claro que Arthur Koestler quería escribir una novela que sirviera de crítica. Pero de crítica a qué. ¿Al sovietismo? ¿A los regímenes totalitaristas? ¿A las dictaduras en general? ¿A las traiciones que Stalin llevó a cabo a las ideas más ortodoxas? No tiene las mismas implicaciones la respuesta a una u a otra de las preguntas. Cuando leemos y hacemos una reflexión superficial de una novela como esta (o como 1984) tendemos a pensar que se hace una crítica a las dictaduras, y especialmente a las históricas (Unión Soviética, III Reich...). Al menos la idea general que se tiene es esa, y esto es porque todo el mundo espera que esos regímenes sean condenados y estas novelas se hicieron para ello. Pero, ¿no hablamos de que Orwell era socialista, o Koestler soviético? Habrá quien piense que estas obras muestran su desengaño, la negación de sus propias ideas. Al final, todo es o negro o blanco.
Trotski, ha sido considerado fuente para Rubachof,
al igual que para Winston Smith
          Más allá de esta postura, cabe preguntarnos si no son obras que hacen un análisis crítico, que lo que buscaban eran hacer crítica de lo que las dictaduras socialistas podrían llegar a ser o en lo que se estaban convirtiendo, más bien que hacer una negación de doctrinas que ellos defendían en parte. Cabe preguntarse si, en el momento de escribir estas novelas, no querían llamar la atención, no sobre lo que había, sino sobre lo que podría pasar. A lo mejor creían en la posibilidad de que se enderezara la situación y de que la dictadura criticada volviera por la senda de la ortodoxia y del buen gobierno, pero que se mantuviera. Esta es nuestra duda, especialmente en Koestler, y queremos, a través de la comparación de las dos obras, argumentarlo.
          En la novela de Koestler hay tres personajes principales: Rubachof, el protagonista que creemos es un trasunto en el aspecto ideológico del autor, pues creemos que se llega a oír su voz y a sentirse su postura. Gletkin sería el representante de la postura contraria, el antagonista en todos los aspectos (morales, ideológicos incluso), es el fanático. Por último, hay un tercer personaje principal, Ivanof, un personaje bisagra. Tiene la función de dar pie a reflexiones de Rubachof; por otro lado, desde la asunción de la razón del Partido (o de Número 1, su líder), al igual que Gletkin, representa la compasión y la comprensión, al contrario que aquel. Con la siguiente cita creemos poder probar lo que decimos sobre Rubachof y Gletkin:
--Cuando nuestra Revolución hubo triunfado entre nosotros, nosotros nos imaginamos que el resto del mundo iba a seguirnos. En lugar de esto se produjo una ola de reacción, que amenazó con tragarnos. En el partido había dos corrientes; una se componía de los aventureros, de los que querían arriesgar nuestras conquistas con el fin de fomentar la revolución en el extranjero. Usted es uno de esos. Nosotros reconocimos que esta corriente era peligrosa y la desviamos.
[...]
--El jefe del Partido -Siguió la voz de Gletkin- tenía una perspectiva más ancha y una táctica más tenaz. Él comprendió que todo dependía de nuestra capacidad de sobrevivir al período de reacción mundial y de guardar nuestro bastión. Comprendió que esto podría durar diez, tal vez veinte, tal vez cincuenta años, hasta que el mundo se encuentre maduro para una nueva ola revolucionaria. Hasta entonces, nosotros estaremos solos. Hasta entonces, no tenemos más que un solo deber: no perecer. (pág. 262)
          Y más adelante, el narrador, que podría estar transmitiendo el pensamiento de Rubachof, aunque sin duda se oye la de Koestler, dice:
El régimen del Número 1 había ensuciado el ideal del Estado Social, como ciertos emperadores de la Edad Media habían ensuciado el ideal de un Imperio Cristiano. El drama de la Revolución estaba envilecido. (pág. 286)
   
Número 1 sería trasunto de Stalin
       
Como vemos, no hay un rechazo a la doctrina socialista, ni si quiera a la revolución y al Estado Soviético. Sino al estancamiento. Es decir, a la perpetuación de un Estado que no aspira más que a sobrevivir (lo vemos también en 1984). En la novela aparecen las depuraciones de Número 1 (trasunto de Stalin, y equivalente a Hermano Mayor o Gran Hermano, en 1984) contra los líderes que tenían algún tipo de criterio diferente al que llevaba a cabo el régimen de modo oficial. Asimismo, hay escenas en las que el régimen se encarga de liquidar a grupos revolucionarios comunistas en otros países, para no perjudicar la imagen del propio régimen. Es decir, saboteaban a los miembros de las ramas exteriores del Partido oficial a cambio de estabilidad. No hay una crítica a la dictadura, sino al modo de la dictadura.
          Por comparación, esto nos lleva a considerar que en la novela de Orwell ocurre algo similar. El objetivo del control del pueblo, no es aumentar la Justicia Social, que se esperaría de un régimen socialista, sino el mantener el propio régimen. Oceanía tiene guerras, ficticias o reales, nunca lo sabremos, con el único objetivo de sobrevivir. Controla la producción de bienes culturales, no para propagar el conocimiento, la ciencia, sino para tener al pueblo lo suficientemente satisfecho que no peligre la estabilidad de la burocracia. De igual modo lo miembros del Partido tienen la mente de los miembros del Partido totalmente controlada (y quien escapa es depurado), de modo que no hay peligro de rebelión interna. No hay mejoría en lo material ni en lo económico, solo control con el único objetivo de automantenerse. El Estado cobra vida y no hay un objetivo claro, ni siquiera para el Gran Hermano (de existir), pero sí para el propio Estado, sobrevivir. Y la crítica, nos parece, va más encaminada al modo que a la cosa en sí; pues lo que aparece verdaderamente caracterizado de un modo negativo, son las formas de expresión del Régimen. Estas formas de expresión, especialmente el control mental, y este a través de la neolengua, es lo que hace al Estado, le da existencia.
          La duda que nos acucia y nos hace dudar de Orwell, ¿sería posible que Oceanía fuera, aun como dictadura, otro Régimen distinto, menos violento y más agradable? Creemos que Orwell creía que sí. Orwell caracteriza negativamente el control, pero no el hecho de que haya un líder, un control estatal de la producción de bienes de consumo, una burocracia estatal; la crítica va dirigida a que esta burocracia se dedique a manipular o a asesinar. Una lectura atenta así lo revela.
          En esta entrada hemos intentado comprobar que Koestler como Orwell hacen lo mismo: criticar el ansia de sobrevivir de un régimen ya desligado del pueblo; sino utilizándolo como herramienta de supervivencia. No parece que la crítica sea contra un sistema concreto, el socialista. En la próxima entrada veremos, más bien, cómo se relacionan ambas novelas entre sí.

Tercera parte: https://alargamientocompensatorio.blogspot.com/2018/11/el-cero-y-el-infinito-de-arthur_8.html

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