jueves, 28 de marzo de 2019

Kallocaína, de Karin Boye

"la celebración era una animada fiesta de regocijo, 
tal y como procedía en toda ocasión que propiciara
la utilidad y el bien último del Estado" 
Kallocaína, Karin Boye, pág. 31
     
     Conocí esta novela cuando me llamó la atención el año de su publicación en Gallo Nero tras los cristales de la librería Beta en Eduardo Dato, Sevilla. Venía de la facultad y la cubierta me hizo fijarme en el libro. Por algún motivo investigué en casa sobre la novela, me interesó, pero no la adquirí. Era la primera mitad de 2012.
     Este año 2019 ha sido el año de la adquisición y lectura. Además, en un contexto apropiado: la lectura sistemática de obras distópicas. Lo que me ayuda a disfrutarla, comprenderla y analizarla. No sólo la novela, también el género como tal. Como profesor de literatura he comprendido que sólo se aprende literatura leyendo (y como diría Faber, de Fahrenheit 451: teniendo tiempo para asimilar lo leído y la libertad de poner en práctica lo asimilado). Dicho esto, ¿qué he aprendido?

Un ejemplar como este es el mío
     He aprendido que si hiciéramos lista de leitmotivs de la distopía, habría pocos, pero uno es el del miedo. Como expuse en la entrada anterior, el miedo puede estar provocado por diferentes situaciones, pero siempre hay miedo: miedo a equivocarse, miedo a mostrar disgusto o descontento, miedo a que me pillen mintiendo, etc. El Estado se pregunta por qué hay miedo. No quiere miedo. Quiere el control, para que nadie tema. Si cumples con los preceptos establecidos, no hay por qué tener miedo. 
     Esto es lo que enlaza con la característica fundamental de las distopías: la falta de libre albedrío. Si cumples con los preceptos del Estado, dejas tu voluntad en manos del Estado y tu libre albedrío desaparecerá. Es el momento en el que el hombre pasa a estar al servicio del Estado y no al contrario como debería ser. Algo que en Kallocaína aparece de modo explícito. Y curiosamente esto ocurre con las distopías sovietistas y las liberales. Da igual que haya partitocracia o dictadura socialista, el Estado se alimenta de nuestras voluntades.
     Por último, destaquemos un detalle: en esta obra se llega a comparar con una enfermedad la desafección con el régimen; Orwell, en su obra, hace que los los hombres de Estado consideren directamente una enfermedad el libre albedrío, la desafección. Ya vimos cómo en El cero y el infinito vuelve a aparecer algo así. Veamos, en un sólo párrafo (la intervención de un juez) todo lo anterior expresado perfectamente:
--Un portador de gérmenes puede ser desinfectado -dijo el juez en solemne tono de mando-. Pero un individuo que, con su actitud, con su aliento mismo, difunde la insatisfacción con todas nuestras instituciones, la desconfianza en el futuro, el derrotismo en cuanto a los intentos del estado vecino por invadir nuestras regiones... en un individuo así no cabe la desinfección. Es nocivo para el Estado dondequiera que se encuentre y sea cual sea el trabajo que desempeñe, y no puede nuetralizarse más que con la muerte. Esta es la sentencia que pronuncio, de acuerdo, no con los más, sí al menos con los mejores de los consejos que he recibido de los expertos designados. Edo Rissen ha sido condenado a muerte. (p. 206)
     Esto contrasta de un modo muy interesante con Utopía, de Tomás Moro, donde parece que el libre albedrío es la fuente o cimiento de la sociedad y del Estado; hasta el punto de que la isla de Utopía la es inventada como ejemplo de sociedad ideal basada en los principios del catolicismo. ¿Interesante este contraste entre libre albedrío (cristianismo, utopía) y control (dictadura soviética, liberalismo, distopía)? Para mí sí.
     Reconozco mi duda de que Ray Bradbury atacara al liberalismo político con la obra, más bien atacaba a la dejadez, desidia de una sociedad. Sin embargo, ¿no está íntimamente relacionada la conducta de una sociedad con el sistema que ha generado por dicha conducta? Bradbury, a mi entender, acierta totalmente al general su Estado a partir de la sociedad, y no al revés, como ocurre en las distopías sovietistas, en las que una revolución genera un Estado y dicho Estado provoca mediante el control el moldeamiento de la sociedad. Ambas situaciones se han dado en la historia, pero mientras que no dudamos de la realidad de la segunda, pasa desapercibida la de la primera, que es la que estamos viviendo actualmente. No le interesa al poder que dudemos de las bondades de nuestro sistema.
     Volviendo a Kallocaína, se pueden ver todos los ingredientes propios de las distopías sovietistas (recordad mi clasificación de obras distópicas entre sovietistas y liberales, que aventuré en la entrada anterior). Hay un líder, en este caso reflejado por una estructura piramidal muy férrea, con la sociedad ordenada en ciudades monoproductivas, que refleja la idea de una cooperativa enorme, donde cada ciudad se dedica a una rama de producción y difícilmente el habitante de una de ellas se muda a otra. Si eres químico, como el protagonista, vivirás en una de las ciudades de la química que hay; en nuestro caso, en la número 4. No hay más nombres identificativos. De hecho, los habitantes no conocen el mapa del país, no saben dónde viven, tampoco lo necesitan. El miedo a la guerra igualmente está presente: aviones constantes y al final la guerra que llega a la ciudad. La policía es la nación, todos los ciudadanos son militares y policías, cualquier puede denunciar y ser denunciado. Se podría hablar, más que en ninguna de las demás novelas de Estado policial. Incluso la ley impuesta pretende ser omnipresente, total. No existe confianza entre los humanos, porque los lazos con el Estado son los únicos respetables y posibles, camuflado de confianza en la colectividad (Reflejos de Nietzsche en esto). Pero todo esto no son más que motivos literarios, rasgos secundarios, tópicos. Lo importante es lo que hay más allá, lo que hemos analizado anteriormente: el control mental, espiritual. 
     En nuestra novela, como en las demás, el protagonista comprende que hay algo más. El libre albedrío despierta, pero a diferencias de las demás, la novela no se desarrolla siguiendo el proceso de rebelión del protagonista, pues este no es muy consciente o no quiere convencerse de que existe la libertad individual, hasta el final mismo. Simplemente la va experimentando. Comprende en qué consistía la envidia que sentía por unos, el odio hacia otros. En esto recordamos a Nosotros, donde el protagonista tampoco se ve capaz de denunciar a la mujer que le está enseñando el camino de la rebelión. Pero mientras que en la obra del ruso el protagonista sabe que debe denunciar, pero no lo hace porque le gusta la sensación de rebelarse, en la obra de la sueca, el protagonista nunca siente que deba denunciar. En esto reconocemos el punto de originalidad en el argumento. 
Karin Boye
     Me interesa destacar que es la única distopía que he leído de una mujer. Entre los clásicos no encuentro más (me han hablado de alguna otra, pero por lo que me han dicho no creo que sea una distopía). Una obra que refleja el agobio de Karin Boye (sueca de nacimiento) ante la situación de guerra en Europa, con dos potencias totalitarias en ciernes: soviéticos y nazis, conquistando el mundo. La obra, publicada en 1940, antecede por poco al suicidio de su autora. Esto la hace más interesante.
    Llegados a este punto, quien no haya leído la novela dirá: ¿Pero, de qué va? Bueno, el argumento es sencillo: un químico desarrolla un suero de la verdad, o droga. Algunos agentes del Estado quieren aprovechar la oportunidad para conseguir que nadie mienta, de modo que pueden condenar en diferentes juicios a los que han cometido crímenes, pero también a los desafectos al régimen que hayan intentado actuar en contra de los intereses del mismo. Incluso, los que han tenido intención de hacerlo. En esto tuvo que inspirarse George Orwell para desarrollar toda la idea acerca del "crimental". Ya no basta con ocultar tus pensamientos, directamente no los tengas por si algún día eres enjuiciado y se te aplica "una legislación contra los pensamientos y los sentimientos subversivos"  (p. 133).En esto, Karin adelanta a Orwell, pues no hace falta un nuevo lenguaje para controlar el pensαmiento, el simple miedo a pensar diferente basta. También es cierto, que Karin no es del todo original, pues desde los años 30 se conocen las drogas que te sirven para obligarte a decir la verdad y con los mismos efectos de hacerte hablar de modo verborrágico (aunque en nuestra sociedad se considera su uso como "tortura" según wikipedia). No obstante, la trascendencia de dicha droga y las repercusiones que podría tener están aquí tratadas de un modo inteligente. 
      La obra, más allá de la utilidad que ha tenido para mí en mi aprendizaje sobre el género distópico, me parece aceptable. Si tuviera que ponerle una puntuación, tendría un 6 sobre 10. Hay escenas que ocurren sin más porque deben ocurrir; hay una evolución psicológica un poco exigida por la necesidad de avanzar en la trama y las reflexiones. Es la pega que le pondría. Más allá de eso, me ha gustado y para pasar un rato entretenido leyendo algo que nos puede hacer pensar, merece la pena. 


Como siempre, os dejo mi crítica en Instagram, donde os invito a que me sigáis para ir recibiendo las microcríticas de los libros que voy terminando:



#kallocaína es el sueño de un genio atrapado entre la seguridad de la #razón y la intuición de la #verdad. Quizás no sea la mejor #novela #distópica, pero seguramente sea una fundamental. Destacamos el hecho de que, aun buscando la profundidad, no se hace pesada. Se convierte en una obra ligera, lo que la hace atractiva para leer. Sin embargo, hay que mencionar que algunas reflexiones no terminan de cuajar asi como cierto giro de actitud en el protagonista que parece forzado para darle velocidad a la novela. ¿Recuerda esto a 1984? Más allá de detalles técnicos, la obra nos presenta una situación fascinante donde se descubre una droga que produce un estado transitorio de sinceridad patológica. Se va a convertir en el arma perfecta para el Estado del Mundo, espacio ficticio de la novela. Imaginaos si el Estado te pudiera obligar a decir la verdad. Jamás se podría ocultar una emoción o pensamiento políticamente incorrecto. ¿Y si además fuesen delitos esos pensamientos o emociones? El control del Estado pasaría a ser también sobre nuestra alma entera. Y esto me vuelve a recordar #1984 y la policía del pensamiento. Solo que Kallocaína se publicó 8 años antes. No dudéis en haceros con esta obra. Sin ser la mejor #distopía propone un argumento muy original e interesante. Además, es la primera que leo escrita por una mujer, Karin Boye, lo que me producía un interés extra. Si tuviera que darle una nota, sería un 6 sobre 10.
Una publicación compartida de angelus robur agrestis (@angeluis_robles) el

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta aquí, si no te sientes mal

No te pierdas...

1984, de George Orwell. II La Policía del Pensamiento.

      "Si tanto el pasado como el mundo externo existen solo en la mente y esta es controlable... ¿qué nos queda?" 1984 , Ge...

Las más vistas

Estrella Polar.

Estrella Polar.
Podéis pedirme vuestro ejemplar