domingo, 12 de agosto de 2018

La revolución islámica en Occidente, de Ignacio Olagüe. Tercera parte, revisión no definitiva.

          Por fin he encontrado un blog donde el autor, Joan Manel Ramírez, intenta refutar las tesis de Olagüe con datos y no con prejuicios (aquí los enlaces a mis entradas sobre el libro La revolución islámica en occidente: I, II). Os dejo las entradas por orden y después mi comentario.


https://diariodelibros.wordpress.com/2014/03/27/ignacio-olague-negacionismo-historia/

https://diariodelibros.wordpress.com/2014/04/10/ignacio-olague-fuentes-literarias/

https://diariodelibros.wordpress.com/2014/06/19/ignacio-olague-piedras-y-patranas/
          Cae en algún error que se le achaca (yo lo hago el primero) a Olagüe, el de suponer sin pruebas. Así, en la tercera entrada, Ramírez pretende saber lo que había (o habría) en la mente de los unitarios para decidir cómo hacer las monedas durante la Guerra Civil propuesta por Olagüe.
Según Ignacio Olagüe y sus epígonos, en realidad el 711 habría estallado una guerra civil entre diversas facciones visigodas; si así fuese, no tendría sentido que la supuesta facción unitarista acuñase moneda que no se pareciese en absoluto a la moneda en uso habitual en el regnum si no, al contrario, habría intentado identificarse como el poder legítimo ante sus súbditos mostrando una mínima línea de continuidad, aunque fuese sólo en el diámetro y peso de la moneda; ello contrasta con la distorsionada exposición que Olagüe hace al respecto.
          Primero supone, se crea una imagen de cómo deberían ser las cosas, sin aportar prueba, para luego utilizarlo como fundamento de juicio. Prácticamente lo que hace Olagüe y le critica.
          También me llama la atención de que lo acuse de supremacista blanco y racista por pensar Olagüe que la llegada de los bereberes se parecería más a la llegada de los gitanos que a una invasión. Esto habla más del acusador que del acusado y creemos que demuestra animadversión personal hacia Olagüe por haber sido jonsista. Visto esto, vendrá el tono general de su ensayo animado por dicha animadversión.
          Otra crítica con respecto a la segunda entrada. Responde al argumento de Olagüe según el cual, al no haber crónicas contemporáneas hay que reinterpretar los hechos recogidos en las tardías. Olagüe no niega la validez en sí, pero sí que relativiza el contenido. El profesor Ramírez dice que es un argumento no válido porque gracias a documentos, a veces muy tardíos, hemos conocido las conquistas de Alejandro Magno o de Hispania. Nada que objetar excepto el quid: ¿se explican esas conquistas tal cual se refieren en esos documentos o se ha investigado en cuestiones de logística, estrategia, lingüística, etc. para mejor comprender los hechos? Si no fuera así, no haría falta historiadores.  Olagüe podra errar, pero no hace más que lo que hacen historiadores, coge las fuentes que conoce e intenta interpretarlos aplicando lo que él considera que era la sociedad del momento. Si su equivocacion parte de ahí, habrá que demostrar que la ideologia y creencias de los pobladores de España eran distintas a como él se ha ideado.
          Huelga decir que el hecho de que un documento coetáneo se conserve en copia tardía no lo invalida, aunque habra que estudiarlo a fondo para encontrar posibles interpolaciones. Es el caso del versículo de la carta de San Juan y es el reparo que presenta Olagüe con el tratado de Teodomiro o de un modo mucho más exagerado con la Crónica Mozárabe. En el primer caso considera que el documento conservado es muy tardío, en el segundo, considera que hay que replantearlo por completo para una interpretación justa. Cuando en una crónica medieval se habla de Asturias o la caída del Reino Godo los historiadores modernos progres no lo toman al pie de la letra, sino que reinterpretan y parece que para amoldar los hechos con sus prejuicios.  Un ejemplo, en la primera entrada:

Como ya hemos constatado en otro momento, la historiografía española se ha caracterizado por dar crédito al relato catastrofista presente en las fuentes literarias y que hacen recaer las causas en la decadencia moral de los últimos monarcas del regnum Gothorum. Y eso por no hablar ya de su adhesión disparatada, con Claudio Sánchez Albornoz como máximo exponente, al relato tradicional de los orígenes del Reino Astur derivado del testimonio de las llamadas Crónicas Asturianas.

         Es lo que hace Olagüe, no confiar de las crónicas, sino reinterpretarlo todo, a veces sacándose de la manga la conclusión, no lo niego.
          En cuanto al hecho de que los teólogos no mencionen a los musulmanes, Ramírez no juega limpio. Olagüe no dice que el problema este en la ausencia de un término para identificar a los mahometanos, sino en que los clérigos ni siquiera mencionan a Mahoma o el uso de mezquitas ni de almuédanos antes cierta fecha, el viaje de Eulogio por Navarra. Si Olagüe oculta que en la crónica mozárabe aparece mahoma, hay que recriminárselo, pero Ramírez no dice nada ante la ausencia de testimono cordobés. Es un tema, cuanto menos, interesante. Si el islam estaba tan propagado, en los documentos cordobeses antiheréticos se habria referenciado las prácticas mahometanas de un modo que según Olagüe no existe. Hasta dicho viaje de Eulogio y su descubrimiento de Mahoma en Navarra no tienen constancia dichos sabios de su existencia. A eso es a lo que debería responder Ramírez, pues plantea cuestiones interesantes.
          Dudo que Olagüe tuviera mala fe y quisiera engañar. Él creía en estas tesis, no era historiador, pero sí estudioso y expuso sus ideas de un modo razonado. ¿Erró? Seguro, pero los apéndices de su obra, especialmente los dos dedicados a las fuentes son prueba de que no pretendía ocultar e inventar. Continuame te hace referencia a la ausencia de documentación para apoyar su idea, pero continuamente hace referencias a textos medievales para reinterpretar según lo que quería probar y según cómo el concebía la España goda.

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