La presente obra, Laura o la soledad sin remedio fue publicada en 1940 y escrita durante la Guerra
Civil y sobre ella va la novela. Al menos podemos pensar que Baroja,
a través de la historia de los exiliados, alimentado de su propia
experiencia, nos está hablando de la Guerra española. Muy
interesante nos parece también la visión sobre Europa. En la obra
aparece España, Suiza y Suiza de forma presencial, Alemania y Rusia
a través de personas de aquellos países. Sus ojos son sus ideas y
sus ideas nos muestra toda una colmena (y esta palabra no es gratuita
como veremos) de relaciones sociales e ideológicas.
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Estructuralmente es una obra dividida en 5 partes. La primera es una presentación tanto del plan general como de los personajes en sí. El plan general porque Pío Baroja despliega ante nosotros un plantel de personajes, enseñándonos que esta novela no es solo biográfica, sino que Laura va a ser el foco desde el que contemplaremos las miserias y virtudes de todo personaje que se cruce en su vida y así será durante toda la novela. Asímismo, conocemos la personalidad de Laura, la principal y recorriendo su vida recorreremos la de los demás. Aquí podríamos recordar una obra salvando las distancias, La colmena, de Cela, cuya técnica narrativa, si bien distinta, pues no tiene un personaje que vaya marcando la senda del relato, plantea la narración de un modo no muy distintos, a saber, mostrándonos la realidad a través de todos los personajes que aparecen ante los ojos del narrador. En la obra que nos ocupa, más que del narrador, de Laura; pero es ahí donde radica la principal diferencia, sin modificar el planteamiento narrativo.
En
la segunda parte la historia transcurre en Francia, en el exilio.
Tenemos algo interesante aquí, y es que el exilio es de neutrales
con alguna excepción.
Ni rojos, ni blancos, ni azules. Vamos conociendo personajes, sin un
interés especial, de conocer
las colonias españolas en Francia. Ahí radica el interés de esta
parte, conocer de la boca de distintos personajes cómo se ve el
mundo. Puede aquí ser interesante la diferencia entre españoles,
más tendentes a la izquierda o a la neutralidad, los franceses, a
los que les pasa lo mismo, y luego, aparece en escena la colonia
rusa, leales a los zares. Este cambio de foco es propia de La
colmena, excepto por el
protagonismo de Laura
La tercera parte se
centra en Laura, una vez que se independiza de su familia y
amistades. Aceptar servir como institutriz de la hija de un príncipe
ruso, Golowin, que vive en Lucerna. Una vez que viaja allí, se
vuelve a desplegar una panorámica de los personajes que sirven de
coro como ocurre con todo lo que venimos viendo desde el comienzo.
Conocemos más en profundidad a Golowin, que ya había aparecido
fugazmente en París. Su amiga rusa, la que le presenta al príncipe
ruso, la acompaña, pero no tiene la fuerza de Golowin. Al rededor de
la villa alquilada por el príncipe se presentan los sirvientes que
le acompañan, todos con alguna característica especial. Llama la
atención la sirvienta que se dedica al jardín principalmente,
alemana y nazi. No olvidemos que la novela está escrita durante la
Guerra Civil Española, por lo que hay que pensar que aún no sabía
Baroja que iba a comenzar una Guerra Mundial en la que el Tercer
Reich sería el protagonista principal. La ama de llaves es una
criada rusa, añorante de la rusa tradicional zarista, o, más bien,
antibolchevique, a la que echa la culpa de todos los males de su
época. Son quizás, las que más nos llaman la atención.
La
cuarta parte es una visita a Inglaterra. Allí podemos encontrar la
sociedad decadente y sofisticada, utilitaria y fuera de lugar que se
contrapone a Laura. Laura, llegados a este punto, podríamos verla
como representación (no queremos decir símbolo, porque no creemos
por ahora que en Baroja haya literatura simbólica) de la España
castiza según se la imaginaban los del 98. Ella es capaz de
relacionarse con todo el mundo, pero no es soluble en ninguna parte.
No al menos a principios del siglo XX. No al menos después de su
época generadora de imperio. Así, se encuentra observadora, pero no
asimiladora, y tampoco dadora de nada. Es un ente en hibernación o
abúlico que renuncia a lo que no le gusta, pero no asimila lo que
podría venirle bien. O no sabe asimilarlo y quizás la guerra venga
de ahí.
En
la quinta parte Laura se encuentra de regreso al centro de Europa y
Francia. Ha llegado a un punto muerto en el que aun dando vida, aún
viviendo una vida apacible externamente, dentro de sí tiene una
especie de guerra. O podríamos interpretar que más que guerra, una
incapacidad. Ni la maternidad, ni el matrimonio, ni la amistad, la
hace feliz. Y eso la atormenta. Se siente sola, quizás se siente
sola por estar fuera de su patria. Sin embargo, todo esto queda
semioculto por la técnica narrativa por la que Baroja nos va
situando a Laura en diferentes situaciones, espacios, para mostrarnos
a través de sus ojos qué hay, qué se dice, quién lo dice y cómo
es dicho sujeto. La lista de paseantes es interminable. La cantidad
de opiniones que se va vertiendo de esto y lo otro, igual.
Y
con un epílogo, necesario si Baroja quería subrayar que el
protagonista no era el mundo, sino Laura, acaba la obra. Con Luara
angustiada, sola y llorando.
Llama
la atención poderosamente cómo el tiempo, uno de los rasgos
integrantes de la novela (terminología de Jesús Maestro, 2017) como
género, es tratado aquí de un modo especial. El tiempo del relato
está íntimamente relacionado con la forma gramatical de la obra.
Esta es a ratos de periodo corto, constituyendo una exposición en
presente de hechos sintácticamente aislados. Pareciera en esos
momentos un bosquejo más que una narración terminada. De hecho,
creería perfectamente que es una obra precipitada en su publicación,
más que descuidada en su redacción. Podríamos pensar, y es solo
una hipótesis, que Baroja publica esto en 1940 intentando ser la
primera fotografía narrativa de la Guerra Civil y sus consecuencias.
Quizás, la premura, le traicionó. Sin embargo, ese toque rápido,
de redacción a vuelapluma, casi incurriendo en el fragmentarismo, le
da un aire vanguardista interesante, un sabor casi de cuaderno de
campo, ¿de periodismo? Tal vez. Y esta rapidez de narración se
conjuga con las elipsis y sumarios temporales que se producen en el
relato. Entre dos frases, indicado quizás por un salto de párrafo,
encontramos un salto temporal de meses incluso. Esto da velocidad a
la lectura, la hace enemiga de la morosidad. Da la impresión de que
podríamos leer a Baroja toda la tarde sin cansarnos.
Pasando
a hablar un poco sobre el argumento que motiva y envuelve a toda la
obra, las repercusiones de la Guerra Civil en la sociedad neutral, lo
primero que debemos tener en cuenta es que, estallada esta, Laura,
faro desde el que vemos a Europa y su sociedad, se enuentra en
Francia, luego Suiza y durante un periodo corto, Inglaterra. A través
de lo que ve y oye conocemos la situación real de España durante la
guerra. En estos casos Baroja disimula muy bien lo que podría haber
sido un relato periodístico. En ningún momento se nos antoja que
hemos dejado la ficción atrás para adentrarnos en la Historia. Por
poner un botón de muestra, sin ser el más representativo: en
el capítulo 1 de la tercera parte podemos oír a Laura refiriendo lo
que escuchó decir a las manifestantes comunistas en Madrid: “Hijos,
sí, maridos, no”. En otros lugares encontré que lo dijo la
Pasionaria.
Otro
ejemplo, mucho más realista, lo podemos encontrar en
el sexto capítulo de
la segunda parte. Podríamos catalogar este capítulo de
capítulo paréntesis. En él se describen las atrocidades de la
Guerra Civil española. En vez de ir apareciendo, capítulo tras
capítulo, de modo directo la realidad oscura y sangrienta de la
guerra, en busca del efectismo más hortera (propio del maniqueísmo,
por ejemplo, en Los girasoles ciegos,
de Alberto Méndez), se guarda este capítulo para
ponernos al día de qué estaba ocurriendo, desde la distancia
espacial y pasado por el tamiz de la ficción. No salen hechos
generales, sino particulares. Se habla de personajes reales que,
además, están tratados verazmente, pues se cuenta lo que hicieron o
lo que les sucedió tal cual fue o al menos, tal cual se sabía en el
momento: son Agapito García Atadell o Eduardo López Ochoa. Esto,
por otra parte, nos habla de lo informado que parecía estar Pío
Baroja sobre los sucesos que estaban ocurriendo. Recordemos que la
obra se publica en Argentina en 1940. Como consecuencia, sabemos que
el momento de la ficción es posterior a julio de 1937, cuando ya ha
ocurrido el agarrotamiento de García Atadell.
Centrándonos un
poco más en el argumento de la novela, los principales referentes
son Laura y Mercedes. Mercedes es muy interesante en cuanto que juega
con Laura un juego dialéctico ante la vida. Cada una se adapta de un
modo distinto tras un infortunio, empujadas por su personalidad o por
su psicología especialmente. Aunque no es fácil de afirmar esto.
Mercedes es dibujada de un modo muy claro antes de que estalle la
guerra. Tras este batacazo, tras su reencuentro con Laura en Francia,
es una mujer nueva. No podemos negar aquí ciertos rasgos simbólicos,
si es que no es producto de la improvisación en la que parece que
está escrita la novela.
De Laura creo que ya
se ha dicho bastante al comentar la estructura de la novela. A
Mercedes podríamos caracterizarla atendiendo a su relación con la
maternidad. Llega embarazada a Francia producto de una violación y
su llegada a Francia parece ser el punto de inflexión. Esa unión
carnal con la barbarie parece sintetizar a Mercedes, la esencializa,
arrancándole las apariencias de señoritismo que tenía cuando era
novia de un militar, Luis, el hermano de Laura. Ese momento creemos
que sería el punto que utiliza Baroja para recrear a un personaje
que aún no había tomado autonomía en la narración. Ahora que la
tiene, se nos hace ver como una hembra, sin vestiduras. Entre muchas
frases indicativas de su actitud o temperamento, podríamos destacar
varias, desde la negación al aborto a la siguiente, en la que se
dirige a Laura: <<¿Qué quieres? –le replicó ella
burlonamente–, tú eres una chica muy romántica y yo no. Tu
hermano Luis y yo somos vulgares. Nos consolamos pronto, tú no, tú
eres una sensitiva. No eres para andar con horteras como yo. Vete con
tu príncipe, que es lo mejor que puedes hacer.>>
Al final, Mercedes
es adaptativa, es pura fuerza y capacidad de adaptación, es un
personaje nietzscheano, mientras que Laura es totalmente pasiva,
asumiendo lo que le llega, pero sin ganas de transformarlo o
transformarse. Resistiendo lo externo, pero sin resistirse a sí
misma. Y es lo que se ve reflejado en el epílogo.
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