P. OVIDII NASONIS
METAMORPHOSES
NARCISSUS. ECHO.
El más célebre por su fama[1], por las ciudades
Aonias
daba respuestas irreprochables al pueblo pedidor.
La primera que admitió las pruebas de la confianza
y de la sentencia valedera:
la azulada Liríope, a la que una vez, como río
sinuoso, 340
ciñó Cefiso y a la atrapada en sus aguas 5
arrastró con fuerza. Parió, la más hermosa, de su
copado útero
a un niño, que por las ninfas ya entonces pudo ser
amado,
y lo llama Narciso. Por este consultado: si fuese
a ver los tiemos largos de una ancianidad madura, 345
el fatídico vate contesta: “si no ha de conocerse a
sí mismo”. 10
Vana, largo tiempo, fue vista la voz del adivino:
a aquella, el asunto
de la muerte hace creíble, así como el tipo de
muerte y la novedad del desvarío.
Y como a tres veces cinco el cefisio[2] un año
había acumulado y había podido ser visto niño como
joven: 350
a él, muchos jóvenes, muchas chicas desearon. 15
Pero fue, en su belleza tierna, la soberbia tan
dura:
ni jóvenes, ni muchachas lo tocaron.
Vio a este mientras movía angustiados ciervos a
las redes
la ninfa de hermosa voz, que ni callar ante el que
habla, 355
ni en primer lugar ella misma de hablar gustó, la
resonante Eco. 20
Un cuerpo hasta este momento Eco, no una voz, era;
y, sin embargo, no otro uso
la charlante tenía de la boca, diferente al que
ahora tiene:
podía imitar de muchos las más últimas palabras.
Hiciera esto Juno porque, pudiendo castigar 360
a las ninfas que frecuentemente con Jove en el
monte yacían, 25
aquella, inteligente, a la diosa largo tiempo
retenía
hasta que huyesen las ninfas. Tras percibirlo la
saturnia[3]
“de su lengua” dice, “por la que fui burlada, la
utilidad
pequeña a ti te será ofrecida y brevísimo el uso
de la voz” 365
y así confirma las amenazas: al fin esta, del
final de lo que se dice, 30
dobla las palabras y las palabras oídas devuelve.
Pues bien, cuando a Narciso por campos apartados
vagando
vio y ardió, sigue las huellas a hurtadillas,
y cuando más persigue, la llama arde más
íntimamente, 370
no de otro modo, que cuando al extremo de las
antorchas 35
acercadas las llamas, los fogosos azufres untados
arrebatan.
¡Oh! ¿Cuántas veces quiso acercarse con tiernas
palabras
y usar súplicas delicadas? La naturaleza lo
rechaza
y no permite que inicie. Pero, esto sí permite:
aquella ha sido dispuesta 375
a esperar sonidos a los que responde con sus
palabras. 40
Casualmente, el chico apartado de sus compañeros
por una marcha segura
dijera: “¿Hay alguien ahí?” y “¡Ahí!” respondiera
Eco.
Este queda atónico y conforme mira a todas partes,
con gran voz grita “¡ven!”, aquella invoca al que
invoca. 380
Miró atrás y de nuevo, sin que viniese nadie, dijo
“¿Por qué 45
me rehúyes?” y otras tantas palabras, cuantas
dijo, recogió.
Queda quieto y, engañado por el eco de las voces
alternas,
dice: “¡Reunámonos aquí!” y nunca con más placer
disponiéndose a responder con sonido repitió Eco “¡Aquí!”, 385
y ella favoreció sus propias palabras y tras haber
salido del bosque 50
iba para echar los brazos al cuello esperado.
Aquel huyó y mientras huye: “Quita las manos de
este abrazo,
dice, antes muriese que tengas para ti ocasión de nosotros”.
Nada repitió ella sino: “tengas para ti ocasión de
nosotros”. 390
Despreciada, se esconde en los bosques y pudorosa,
con las frondas su boca 55
oculta y desde aquel momento vive en grutas
solitarias.
Pero, sin embargo, el amor se clavó y creció por
el dolor de la repulsa.
Diluyen las
angustias sin descanso al cuerpo miserablemente
y contrae la piel la flacura y en aire la
sustancia 395
del cuerpo entero desaparece. Tanto la voz como
los huesos quedan. 60
La voz permanece, los huesos muestran haber
contraído el aspecto de piedra.
Desde entonces se esconde en los bosques y en
ningún monte es vista;
por todos es escuchada: el sonido es quien vive en
ella.
Así, a esta, como a otras ninfas de las aguas o de
los montes nacidas 400
había este burlado, así a multitud de hombres
antes. 65
Por ello, alguno, despreciado, las manos a los
cielos alzando
“¡Así ame él mismo pero sin apoderarse de lo amado!”
dijera. Conforme estuvo la ramnusia[4] con las
justas peticiones.
[1] Tiresias, cuya metamorfosis se cuenta en versos anteriores.
[2] Narciso, como hijo de Cefiso.
[2] Narciso, como hijo de Cefiso.
[3]
Juno, por hija de Saturno.
[4]
La diosa Némesis, por su templo en Ramnonte.
Cualquier crítica a la traducción será bien recibida. Hay que tener en cuenta que no es un texto lírico propiamente dicho, ni he buscado hacer un poema en español (que está en proceso), sino una traducción del latín de la obra de Ovidio, en el que los tiempos verbales a veces son un poco caóticos y la métrica, de algún modo, le exige transformar la sintaxis y la morfología. Pero vaya por delante que no busco vuestra benevolencia. En breve publicaré la continuación del mito de Narciso.
VALE