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¿Estamos mermando el vocabulario de los niños?
«Los niños se han quedado
sin palabras». La frase suena rotunda pero es la mejor forma que a Nuria
Pérez Paredes se le ocurre para resumir la conclusión a la que llegó
tras el hallazgo de una de sus hijas.Aquella frase («No adoptes ese aire tan solemne») en el libro de Enid Blyton
que la propia Nuria leía de pequeña había mutado a una mucho más
liviana («No pongas esa cara tan será») en la nueva versión que ahora
leen sus hijas. ¿Por qué? ¿Es que los niños de ahora serían incapaces de
entender la original?
Para la escritora Ellen Duthie, la conclusión a la que llega Nuria guarda relación con la tendencia a entontecer («o lo que en inglés llamamos dumbing downd») que detecta tanto en los contenidos audiovisuales como en los escritos dirigidos a niños. «Incluso en las interlocuciones que tenemos con ellos. Los perros son “guau guau”, los caballos son “totón” y los coches son “brum brum” durante demasiado tiempo. Se les habla con voz de pito y condescendiente, se les dice que son muy monos o repelentes, -dependiendo de si son tus hijos o los hijos de otros- cuando usan un vocabulario rico y variado».
De hecho, en ese proceso de entontecimiento no está exenta la población adulta, ni mucho menos. «En la televisión (también la que va dirigida a adultos) todo tiene que ir “picadito”, con interrupciones cada cinco minutos, no vaya a ser que no podamos concentrarnos durante más tiempo seguido, el vocabulario es reducido y desaparecieron los programas culturales o se relegaron a horarios imposibles de madrugada. En la prensa escrita el vocabulario no es mucho mejor, y cada vez cuesta más encontrar análisis profundos, información contrastada, o reportajes que tengan en cuenta la complejidad de la realidad y las distintas perspectivas de un mismo fenómeno».
El poeta y escritor Antonio Rubio
coincide en el análisis. «Hay una merma importante en la calidad de los
programas de TV. Abunda la bazofia y lo comercial tanto en la oferta
que se dirige a los niños como en la de los adultos. Y el uso de las
nuevas tecnologías suele ser poco cultural. Se limita a ‘matar
marcianitos’ o a hacerse selfies y enviar mensajes casi balbuceantes o
crípticos».
La literatura infantil la cosa no pinta mucho mejor. «Existen magníficas editoriales para niños que producen libros de altísima calidad. Suelen ser apuestas de editores muy especiales y comprometidos. Pero junto a ellas conviven las grandes editoras tradicionales que tienen más inclinación a explotar productos de marketing y best-sellers». Entre estas últimos, Rubio destaca las colecciones de cuentos clásicos que, de vez en cuando, ofrece la prensa diaria y que, en su opinión, «rozan el mal gusto de la estética y las adaptaciones».
Su análisis, dice, no se entendería si omitimos la perspectiva ideológica: «El neoliberalismo está ganando todas las batallas. Necesita mano de obra excedente, barata, dócil y profundamente inculta. Y en esa batalla estamos pequeños grupos de “resistentes” que queremos combatir tan profunda injusticia».
Cristina Felio (editora de Timun Mas), en cambio, cree que el hecho de que en las publicaciones para niños pueda detectarse cierta merma en el vocabulario responde a una cuestión mucho más práctica: «Lo que, en mi opinión, sí está ocurriendo es que los intereses de los lectores están variando con el tiempo. Novelas que en su día fueron escritas para un lector de más de 12 años, ya no interesan tanto a los lectores actuales de esas edades, sino a lectores menores. De ahí la necesidad de adaptar el lenguaje».
Si no se entiende, mejor no
Rosa Tabernero, escritora y profesora en la Universidad de Zaragoza, observa que junto a las propuestas de calidad «que nace de la confianza en las capacidades del niño, en una línea menos didáctica y que implica un reto para el lector», conviven aquellas que priorizan el que el niño entiendan todas las palabras. Por desgracia, asegura, son las más frecuentes en las aulas.
«Se elimina, de esta manera, el poder del lenguaje de sugerir, de connotar y el reto que debe esconder cualquier propuesta. El Gallimatazo del que habla Alicia debe estar siempre presente en el acercamiento del niño al lenguaje. El reto de la construcción de sentidos. El no saber e imaginar qué será».
Ante el temor de que el niño se frustre por no entender una palabra y abandone la lectura, el escritor y/o la editorial opta por sinónimos más del día a día. El algunos casos, de forma totalmente transparente e, incluso un tanto irónica, como ocurre en este ejemplo extraído de uno de los libros de El Capitán Calzoncillos:
Que el pequeño lector se asuste o se aburra ante un aluvión de palabras seguidas es lo que ha llevado a numerosas editoriales a proponer nuevas fórmulas como los juegos tipográficos en algunas de sus sagas más exitosas. Un recurso que quizás pueda servir para enganchar a los niños al hábito de la lectura pero del que Antonio Rubio no es partidario: «Surgen para “aliviar las dificultades lectoras” al “pobre niño” y que en realidad son depauperadores de léxico».
Tabernero, en cambio, cree que los nuevos géneros como el álbum ilustrado implican una nueva forma de leer al construirse el discurso mediante imágenes y palabras: « Son más complejos y requieren un lector colaborador atento a lo que el libro propone desde los dos códigos y desde el propio soporte. Se trata de un reto constante para el lector»
Los libros no son los únicos “culpables”
Al igual que Nuria Pérez Paredes, Ellen ¿? Tiene claro que la tendencia a simplificar y a evitar palabras demasiado complejas es un hecho tanto en España como en la literatura infantil de otros países.
«Si vemos, por ejemplo, en Estados Unidos, los álbumes clásicos de los 60 y 70 y comparamos el vocabulario con los libros que se publican ahora, la diferencia es evidente. A un William Steig (el autor de Shrek! y de muchísimos otros libros maravillosos) no le dejarían publicar ahora sus fantásticas historias repletas de ese vocabulario increíble. Tomi Ungerer y Sendak se toparían con un problema muy parecido».
No obstante, cree que el ejemplo que utiliza Nuria no es, quizás, el más ilustrativo: «En un diálogo -y esto lo digo como traductora- “No adoptes ese semblante tan solemne” es una traducción mucho peor que “No pongas esa cara tan seria”». Esto es consecuencia, según explica, de un tipo de traducción muy frecuente que obedecía una regla un tanto peculiar: en caso de duda siempre se usaba la palabra menos habitual o pretendidamente culta porque se entendía que en eso consistía escribir bien. Esta tradición de mala traducción hizo que nunca se pegara una patada a nadie, sino que siempre se propinara un puntapié; que nunca se esperara, siempre se aguardara; que nunca se diera, siempre se proporcionara u ofreciera. No siempre el vocabulario percibido como más elevado es el más apropiado ni el mejor».
No se trata tanto de usar «mucho vocabulario» como de «usar bien el que se emplea». La lectura en voz alta y la conversación en el hogar y en la escuela facilitan, según Dothie, la consecución de este objetivo.
Y eso es algo que, precisamente, no suele practicarse todo lo necesario, ni el aula ni en casa. «La mayoría de las familias disponen de menos tiempo y eso se nota en la comunicación. Han desaparecido los tiempo de conversación: comidas, paseos, veladas nocturnas… Los niños no juegan tanto en la calle, aquellos espacios en los que al juego socializador se añadían fórmulas poéticas y cantos se han sustituido por tiempos de soledad y espacios cerrados…».
A esto, Antonio Rubio añade el desuso de las bibliotecas escolares. «A cambio sí hay muchos deberes, urgencia de completar los currículos y muchas extraescolares, otro tipo de hiperconsumo con el único objetivo de tener al niño ocupado y falsamente acompañado».
El resultado es la pérdida de tiempo para los aprendizajes: «Se devoran tareas pero no hay pausas, no hay tiempos para asambleas, exposiciones, conversación, discusiones, razonamientos… Los métodos siguen siendo arcaicos y solo sirven para fabricar loritos».
El panorama se repite en el ámbito familiar. Por eso Ellen Duthie alaba campañas como la que hace unos años llevó a cabo el gobierno escocés: «Se llamaba Play, Talk, Read (Juega, Habla, Lee) y lo que buscaba era animar a padres, madres, abuelos y demás cuidadores a hablar, jugar y leer con niños. A Duthie , dice, le llamó la atención sobre todo un spot sobre la importancia de hablar con tu bebé».
«Es fácil asumir que jugar con los hijos es algo instintivo. Pero ahora muchas madres y padres tienen muy poca experiencia con bebés antes de llevarse el suyo a casa del hospital. Y nuestras ajetreadas vidas hacen que los adultos nos sintamos sobrepasados y muy cansados. Por eso muchas veces dejamos que del tiempo para jugar se ocupe la televisión o la tablet. Esta campaña proporciona a padres unas herramientas esenciales, y les aporta la seguridad y el conocimiento para jugar de manera enriquecedora con sus pequeños», explicaba la Presidenta de la Comisión para el Juego Infantil del Gobierno de Escocia, Sue Palmer, en el lanzamiento de la campaña.
Para la escritora Ellen Duthie, la conclusión a la que llega Nuria guarda relación con la tendencia a entontecer («o lo que en inglés llamamos dumbing downd») que detecta tanto en los contenidos audiovisuales como en los escritos dirigidos a niños. «Incluso en las interlocuciones que tenemos con ellos. Los perros son “guau guau”, los caballos son “totón” y los coches son “brum brum” durante demasiado tiempo. Se les habla con voz de pito y condescendiente, se les dice que son muy monos o repelentes, -dependiendo de si son tus hijos o los hijos de otros- cuando usan un vocabulario rico y variado».
De hecho, en ese proceso de entontecimiento no está exenta la población adulta, ni mucho menos. «En la televisión (también la que va dirigida a adultos) todo tiene que ir “picadito”, con interrupciones cada cinco minutos, no vaya a ser que no podamos concentrarnos durante más tiempo seguido, el vocabulario es reducido y desaparecieron los programas culturales o se relegaron a horarios imposibles de madrugada. En la prensa escrita el vocabulario no es mucho mejor, y cada vez cuesta más encontrar análisis profundos, información contrastada, o reportajes que tengan en cuenta la complejidad de la realidad y las distintas perspectivas de un mismo fenómeno».
El neoliberalismo está ganando todas las
batallas. Necesita mano de obra excedente, barata, dócil y profundamente
inculta. Y en esa batalla estamos pequeños grupos de “resistentes” que
queremos combatir tan profunda injusticia
La literatura infantil la cosa no pinta mucho mejor. «Existen magníficas editoriales para niños que producen libros de altísima calidad. Suelen ser apuestas de editores muy especiales y comprometidos. Pero junto a ellas conviven las grandes editoras tradicionales que tienen más inclinación a explotar productos de marketing y best-sellers». Entre estas últimos, Rubio destaca las colecciones de cuentos clásicos que, de vez en cuando, ofrece la prensa diaria y que, en su opinión, «rozan el mal gusto de la estética y las adaptaciones».
Su análisis, dice, no se entendería si omitimos la perspectiva ideológica: «El neoliberalismo está ganando todas las batallas. Necesita mano de obra excedente, barata, dócil y profundamente inculta. Y en esa batalla estamos pequeños grupos de “resistentes” que queremos combatir tan profunda injusticia».
Cristina Felio (editora de Timun Mas), en cambio, cree que el hecho de que en las publicaciones para niños pueda detectarse cierta merma en el vocabulario responde a una cuestión mucho más práctica: «Lo que, en mi opinión, sí está ocurriendo es que los intereses de los lectores están variando con el tiempo. Novelas que en su día fueron escritas para un lector de más de 12 años, ya no interesan tanto a los lectores actuales de esas edades, sino a lectores menores. De ahí la necesidad de adaptar el lenguaje».
Si no se entiende, mejor no
Rosa Tabernero, escritora y profesora en la Universidad de Zaragoza, observa que junto a las propuestas de calidad «que nace de la confianza en las capacidades del niño, en una línea menos didáctica y que implica un reto para el lector», conviven aquellas que priorizan el que el niño entiendan todas las palabras. Por desgracia, asegura, son las más frecuentes en las aulas.
«Se elimina, de esta manera, el poder del lenguaje de sugerir, de connotar y el reto que debe esconder cualquier propuesta. El Gallimatazo del que habla Alicia debe estar siempre presente en el acercamiento del niño al lenguaje. El reto de la construcción de sentidos. El no saber e imaginar qué será».
Ante el temor de que el niño se frustre por no entender una palabra y abandone la lectura, el escritor y/o la editorial opta por sinónimos más del día a día. El algunos casos, de forma totalmente transparente e, incluso un tanto irónica, como ocurre en este ejemplo extraído de uno de los libros de El Capitán Calzoncillos:
Que el pequeño lector se asuste o se aburra ante un aluvión de palabras seguidas es lo que ha llevado a numerosas editoriales a proponer nuevas fórmulas como los juegos tipográficos en algunas de sus sagas más exitosas. Un recurso que quizás pueda servir para enganchar a los niños al hábito de la lectura pero del que Antonio Rubio no es partidario: «Surgen para “aliviar las dificultades lectoras” al “pobre niño” y que en realidad son depauperadores de léxico».
Tabernero, en cambio, cree que los nuevos géneros como el álbum ilustrado implican una nueva forma de leer al construirse el discurso mediante imágenes y palabras: « Son más complejos y requieren un lector colaborador atento a lo que el libro propone desde los dos códigos y desde el propio soporte. Se trata de un reto constante para el lector»
Los libros no son los únicos “culpables”
Al igual que Nuria Pérez Paredes, Ellen ¿? Tiene claro que la tendencia a simplificar y a evitar palabras demasiado complejas es un hecho tanto en España como en la literatura infantil de otros países.
«Si vemos, por ejemplo, en Estados Unidos, los álbumes clásicos de los 60 y 70 y comparamos el vocabulario con los libros que se publican ahora, la diferencia es evidente. A un William Steig (el autor de Shrek! y de muchísimos otros libros maravillosos) no le dejarían publicar ahora sus fantásticas historias repletas de ese vocabulario increíble. Tomi Ungerer y Sendak se toparían con un problema muy parecido».
No obstante, cree que el ejemplo que utiliza Nuria no es, quizás, el más ilustrativo: «En un diálogo -y esto lo digo como traductora- “No adoptes ese semblante tan solemne” es una traducción mucho peor que “No pongas esa cara tan seria”». Esto es consecuencia, según explica, de un tipo de traducción muy frecuente que obedecía una regla un tanto peculiar: en caso de duda siempre se usaba la palabra menos habitual o pretendidamente culta porque se entendía que en eso consistía escribir bien. Esta tradición de mala traducción hizo que nunca se pegara una patada a nadie, sino que siempre se propinara un puntapié; que nunca se esperara, siempre se aguardara; que nunca se diera, siempre se proporcionara u ofreciera. No siempre el vocabulario percibido como más elevado es el más apropiado ni el mejor».
No se trata tanto de usar «mucho vocabulario» como de «usar bien el que se emplea». La lectura en voz alta y la conversación en el hogar y en la escuela facilitan, según Dothie, la consecución de este objetivo.
Y eso es algo que, precisamente, no suele practicarse todo lo necesario, ni el aula ni en casa. «La mayoría de las familias disponen de menos tiempo y eso se nota en la comunicación. Han desaparecido los tiempo de conversación: comidas, paseos, veladas nocturnas… Los niños no juegan tanto en la calle, aquellos espacios en los que al juego socializador se añadían fórmulas poéticas y cantos se han sustituido por tiempos de soledad y espacios cerrados…».
A esto, Antonio Rubio añade el desuso de las bibliotecas escolares. «A cambio sí hay muchos deberes, urgencia de completar los currículos y muchas extraescolares, otro tipo de hiperconsumo con el único objetivo de tener al niño ocupado y falsamente acompañado».
El resultado es la pérdida de tiempo para los aprendizajes: «Se devoran tareas pero no hay pausas, no hay tiempos para asambleas, exposiciones, conversación, discusiones, razonamientos… Los métodos siguen siendo arcaicos y solo sirven para fabricar loritos».
El panorama se repite en el ámbito familiar. Por eso Ellen Duthie alaba campañas como la que hace unos años llevó a cabo el gobierno escocés: «Se llamaba Play, Talk, Read (Juega, Habla, Lee) y lo que buscaba era animar a padres, madres, abuelos y demás cuidadores a hablar, jugar y leer con niños. A Duthie , dice, le llamó la atención sobre todo un spot sobre la importancia de hablar con tu bebé».
«Es fácil asumir que jugar con los hijos es algo instintivo. Pero ahora muchas madres y padres tienen muy poca experiencia con bebés antes de llevarse el suyo a casa del hospital. Y nuestras ajetreadas vidas hacen que los adultos nos sintamos sobrepasados y muy cansados. Por eso muchas veces dejamos que del tiempo para jugar se ocupe la televisión o la tablet. Esta campaña proporciona a padres unas herramientas esenciales, y les aporta la seguridad y el conocimiento para jugar de manera enriquecedora con sus pequeños», explicaba la Presidenta de la Comisión para el Juego Infantil del Gobierno de Escocia, Sue Palmer, en el lanzamiento de la campaña.
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