El presente artículo intenta servir de análisis crítico a algunos aspectos de
Dionisio Ridruejo. Biografía, de Manuel Penella (RBA, 2013). En concreto es una crítica al tratamiento que realiza del componente ideológico de Ridruejo durante algunos años: el falangismo y su estela a lo largo de toda su vida. Por tanto, el resultado final será el de una visión negativa de la obra. Pero quiero avisar que este libro tiene grandes virtudes, como la selección de pasajes que nos muestra a un Ridruejo real. Hay una cierta idealización, apenas apreciable, en la parte final del libro. Pero, exceptuando la crítica que realizo aquí, la obra es correcta y da una imagen humana y realista de Ridruejo. Creemos que es una lectura imprescindible, amena, pero este blog no está para repetir lo que seguro que se puede leer en otros lugares. Al menos, no es la idea del blog. Por tanto, vayamos al asunto, que es la crítica a los prejuicios de Penella y su antipatía al nacionalsindicalismo.
Para partir de algún punto concreto y que nos sirva de referencia para valorar el trabajo de Penella, aquí adelanto que el autor tiene ciertos prejuicios hacia el falangismo y pretende amoldar la realidad a dichos prejuicios. Esto le lleva a no analizar según el contexto a algunos hechos llevados a cabo por el bando nacional de la Guerra Civil o al mismo José Antonio. De este modo, cuando se trata de explicar las motivaciones de Ridruejo, no tiene problemas en apelar al contexto y a la propia vida del biografiado para justificarlo. Sin embargo, cuando se trata de entender a José Antonio, se queda en la superficie. Por ejemplo, al final del capítulo 13, se pinta a un José Antonio de derechas, que se opone a la Revolución que Penella retrata de izquierdas, pero que era marxista. Hay que entender que una persona patriota no podía más que oponerse sin ser, por ello, de derechas. Ocurre también al valorar los hechos nefastos de la guerra, los valora como si fueran realizados en tiempos de paz. No intenta entender que en la guerra la retaguardia tiene que estar cubierta y, ya fuese de modo justificado o no, pero apelando a la seguridad en retaguardia, se llevaban a cabo hechos oscuros, que, por otro lado y al decir de Penella, parecen haber sido cometidos sólo por el bando nacional, mientras que en ningún caso parece que el otro bando llevase a cabo dichos actos. Lo cual nos lleva a seguir considerando que no estamos mal encaminados al enjuiciar como parcial y conscientemente torticera la actitud historiográfica de Penella.
Falange
Penella llama continuamente derechista o fascista indistintamente a la falange. Esto provoca que sea dudosa la objetividad de Penella para enjuiciar todo lo que tenga que ver con la ideología o postura doctrinal de la falange. En este mismo capítulo 13, tras identificar fascismo y derechismo, y, por ende, convertir a toda la derecha en fascista, provoca que para referirse al "fascismo" de la falange, tenga que denominar a los falangistas como "fascistas de izquierdas". ¿Por qué tiene que realizar la absurdez de hablar de "fascismo de derecha y fascismo de izquierda"? Sencillo, ¿cómo justificar que la falange quiera la nacionalización de la banca, enterrar el capitalismo y la reforma agraria (pág. 141, al citar el discurso del 17 de noviembre de 1935) mientras los llama fascistas, lo mismo que a la derecha que no querían ni oír hablar de dichas medidas? Pues inventándose dichos términos. Lo que nos hace inferir que no hace más que aplicar sus prejuicios y como hemos dicho, tiene que moldear ciertas realidades que no entiende y además desprecia (quizás por no entenderlas bien del todo) a estos prejuicios.
Este afán de poner mal a la falange (ya sea a base de hechos reales, pero exagerando y descontextualizando, ya sea a base de juicios de valor propios de textos manipuladores, ya sea poniendo en el mismo párrafo hechos desconexos, pero que tendemos a identificar por su superposición) le lleva a contrastes curiosos. En el Madrid de la Guerra Civil, o en las postrimerías de la República, tras situar a la falange como culpable (poco menos) de la Guerra, nos retrata las calles de Madrid con piquetes anarquistas y socialistas, que paraban a la gente si querían, y si querían, podían acabar con los asaltados (sólo hay que recordar el libro
Matanzas en el Madrid republicano, de Félix Schlayer), como podemos ver en el capítulo 14, lo que contrasta con la exclusividad de la violencia en manos de falange según lo presenta Penella. En la descripción de los hechos, siempre queda la impresión de que había buenos y malos, de que las fechorías y asesinatos las llevaban a cabo sólo los falangistas. Pero, al hablar de Dionisio Ridruejo, no le queda más remedio que dejarlo bien, lo que nos lleva a preguntarnos retóricamente si él era el único falangista bueno, la oveja blanca entre tanta oveja negra. Esta actitud de Penella le lleva a situar a la falange efectiva, en la actividad de los "malos", en sus fechorías, como si ese fuese el falangismo, y no la actitud de Dionisio. Pero para complicar la contradicción, no puede evitar decir que Dionisio, al fin y al cabo, intentaba actuar como falangista. Si intentaba actuar como falangista, y su actitud era positiva, ¿no será que el falangismo promociona dicha actitud positiva de la que siempre hace gala Penella al hablarnos de la humanidad de Ridruejo?
La solución al embrollo que el autor provoca sin necesidad se encuentra en lo que él mismo llama "falange teórica", partiendo de ella sólo había dos opciones: o actúas en consecuencia o no actúas en consecuencia. En el primer caso, eres un verdadero falangista, en el segundo, no. Aunque tengas la voluntad de hacerlo o vistas camisa azul. Dionisio era de los que no sólo intentaba conocer la doctrina (aunque le faltaba mucho estudio), sino que en su actitud vital y actividad diaria, era un ejemplo de falangista. Al menos, eso parece por su biografía. Cuando, finalmente, Penella deja los enjuiciamientos subjetivos y trata de hechos, no puede más que hablar bien de la falange (capítulo 15, también en página 195, en el cap. 17) y de falangistas como Hedilla.
Esto lo hace también, por ejemplo, durante los capítulos 18 y 19, en los que se ve objetivo a Penella, hablando de hechos e interpretando correctamente. Interesante es durante toda esta parte del libro su separación de la falange en dos, la ilustrada y la inculta, más visceral. A ésta última, que es la que Penella considera terrorista (aunque en los capítulos precedente la generaliza a toda la organización a excepción de Dionisio Ridruejo), es a la que difícilmente se la puede llamar falangista, siendo la masa de derechas que se suma al partido al comenzar la guerra.
En cuanto a la relación del falangismo con el Régimen, Penella recoge de
Casi unas memorias, de Ridruejo, una cita en la página 203, en la que el mismo Ridruejo reconoce que no se aplicó el nacionalsindicalismo en el régimen, pero que los falangistas (algunos) estaban autoengañándose, al creerse que las formas externas eran reflejo de la revolución. Esto nos da la clave principal para reconocer que el hábito no hace al monje, es decir, que ni el régimen era falangista por imponer la camisa azul a la mitad de la población española o cantar el cara al sol, ni la falange era fascista por imitar las formas marciales, es decir, sólo por la similitud en cuanto a las formas que entre estas realidades políticas se aprecia. Un argumento para llegar a esta conclusión la da el mismo Penella, al que hay que reconocer que da claves para entender la realidad, aunque él siga en sus prejuicios, y consiste en un proyecto de ley del trabajo, escrita teniendo a la vista la
Carta del lavoro fascista, redactada por, entre otros, Ridruejo, y que tras su revisión por Sainz Rodríguez, ministro de Educación Nacional (y hablamos de una época en que la Guerra aún no había acabado), se produjo la siguiente conversación, que copio de la biografía:
De modo que los obreros deben estar por encima...
Naturalmente, le contestó González Vélez, que ya estaba a punto de ser encarcelado.
¡Pero eso es la revolución!, exclamó Sainz, horrorizado.
Naturalmente; no se trata de otra cosa, reconoció Dionisio Ridruejo, muy satisfecho.
Como vemos, las inquietudes revolucionarias no eran bien vistas desde el Régimen, ni durante la Guerra ni tras ella. El franquismo nunca fue falangismo. Esta oposición entre los postulados falangistas y los intereses del Régimen acaban en un descontento claro y una oposición directa. Penella en la página 363 nos dice: "El descontento era palpable en los jóvenes del Frente de Juventudes, algunos muy críticos con el franquismo, por venir de familias dañadas por la derrota o por contraponer las enseñanzas de José Antonio Primo de Rivera y las realidades del Régimen".
Otro problema que tiene Penella es la contradicción entre la realidad de la transversalidad (por usar un término actual) de la falange y sus propios prejuicios. Lo mismo Penella reconoce que la falange es inclusiva de todos, que lo mismo achaca ese espíritu en la Revista Escorial (falangista), a que no estaba ligada al catolicismo. Da a entender un acatolicismo por parte de los redactores, cuando de todos es sabido que eran católicas las figuras más relevantes del falangismo, siendo el catolicismo fundamental en el carácter social de la falange. Un ejemplo de esto ocurre en la página 321, en el que, ante la defensa de un republicano en Roma por parte de Ridruejo, dice Penella: "La anécdota ilustra un cambio de actitud ante los españoles del otro bando". Acaba de borrar de un plumazo todo lo expuesto por él mismo unas páginas antes: las quejas de Ridruejo a Franco por desterrar a media España. Las palabras de José Antonio de crear una empresa común para todos los españoles. Las de Hedilla de abrir los brazos al obrero que había luchado en el bando enemigo. El mismo ejemplo de la revista Escorial. Además de esta contradicción, con lo dicho en esta página parece que Ridruejo represalió (totalmente prohibido por las circulares internas del partido), algo que no ocurrió. De este modo, el mismo Penella levanta unos muros en Ridruejo que no existían (sería anticomunista, pero no anticomunistas) que, además, le sirve para establecer una argumentación falsa, la de que esta vivencia le sirvió para poner en duda los motivos del Bando Nacional. Esto no ocurre porque, como dice durante varios capítulos, Ridruejo se quejaba a Franco de no seguir los postulados de la falange ya antes de cualquier ayuda a ningún republicano y cuando aún él creía que se podía hacer lo que la falange buscaba. Se le escapa, en pos de justificar sus prejuicios, que Ridruejo más allá del argumento del desorden y revolución bolchevique, luchó sólo por los motivos que tenía la falange: la Revolución; no por otros que tuvieran otras facciones del Bando Nacional, que, además, son contradictorios en sí mismos y con los de la falange: reacción, monarquía autoritaria, dictadura militar.
Curiosamente, en la página 324, al mencionar "la llamada a la tolerancia" de Laín Entralgo, en su libro
España como problema, Penella menciona que "se ha atribuido" al proyecto integrador del falangismo joseantoniano, y él no lo niega, pero lo achaca a una simple reacción de buena voluntad, como si pudiera estar desligada a las ideas falangistas de Laín. Como vemos, sus prejuicios chocan una y otra vez con la realidad del proyecto unificador y transversal del falangismo auténtico. Esto está ligado con el humanismo falangista, que se expresa claramente en su doctrina, al situar como eje del Estado a la persona, como portadora de dignidad, libertad e integridad, en vez de situar al Estado en el centro de la actividad política y social, como hace el fascismo auténtico. Pues este humanismo, que Penella desconoce, se lo achaca en la página 326 como algo novedoso a Ridruejo y para justificarlo debe citar una carta suya en que cita a Cristo.
Más encajes de bolillos los vemos en la página 342, cuando Dionisio se pregunta en unos artículos si en la guerra unos eran tan buenos y otros tan malos, reflexión que Penella considera novedosa, pero que no me parece más que una pregunta para el público reaccionario desde su posición falangista. Pues el falangismo nunca consideró "malos y buenos" en la guerra. Sólo hay que recordar que la falange se sumó al golpe de Estado menos de una semana antes, en torno al 15 de julio, es decir, no era un deseo falangista el de la guerra, no veía buenos y malos, sino un problema estatal que había que solucionar. No olvidemos tampoco que nadie pensó que el golpe de Estado desembocaría en una guerra tan duradera. La Guerra fue una consecuencia no deseada por nadie (o por casi nadie). Por tanto, no hay liberalismo en esa actitud (aunque ya en los años 50, fecha de estos artículos, Ridruejo estuviese concibiendo la monarquía parlamentaria como alternativa al Régimen), sino más bien, una reafirmación de algunos de sus postulados falangistas de siempre. Quiero, para reafirmar estas palabras, que recordéis sólo a Hedilla y Narciso Perales.
Cuando la narración avanza y entra en escena la posguerra y el reconocimiento de los crímenes nazis, hay un nuevo problema para Penella. En primer lugar, bajo el rótulo de fascismo, incluye a todo lo que no es de izquierdas (hasta la transición). En segundo lugar, esto le lleva a que el nazismo y falangismo quedan identificados (recordemos la identificación con fascista también a la derecha de la segunda República). Además, provocado por la simpatía que hacia el nazismo había para muchos falangistas, por lo general, hasta que visitaban la alemania nazi (momento en el que, como le pasó a Ridruejo, ciertas cosas no les convencían por no encajar en sus mismos prejuicios). Sin embargo, el nulo estudio doctrinal (que intuyo) que Penella realiza como paso previo a comprender algunas cuestiones del nacional-sindicalismo, le lleva a que no los diferencia. Ya en el capítulo 26, conforme avanzan las páginas, nos encontramos con la estrategia narrativa de alternar párrafos en los que se insinúa o explicita el alejamiento de Ridruejo del falangismo con otros párrafos en los que se menciona cómo Ridruejo se hace consciente de los crímenes del nazismo o el fascismo. Esta ilusión de que todo es lo mismo y alejarse del nazismo provoca necesariamente el alejamiento del falangismo es falaz, puesto que como el autor mismo señala en otras ocasiones al citar a José Antonio, se parecían bien poco. La simpatía de Ridruejo hacia los "fascismos" era propio de la ignorancia (a José Antonio, que conocía bien la diferencia, no le pasaba) que Ridruejo sufría.. Echamos de menos, en definitiva, la presencia de la obra imprescindible ya de Arnaud Imatz,
José Antonio: entre odio y amor en los juicios de este libro. Es imposible negar que Ridruejo identificaba en parte los movimientos fascistas, tanto por ignorancia (que Penella se propone enseñarnos) como por buena fe. Y, cuando pudo discernir, decidió alejarse de todo, arrastrando también el falangismo revolucionario. Algo que no era necesario, como Narciso Perales nos enseña con su lección vital. Pero Penella, en vez de interpretar esto, se queda en un reduccionismo manipulador, según el cual, el falangismo es la unión del nazismo y el catolicismo (endulzado por él, podríamos decir).
Dionisio Ridruejo
Centrándonos un poco más en la figura de Ridruejo, durante el capítulo 12 hace hincapié en su pacto con Antonio Goicoechea (Renovación Española), para remarcar su posición más "filofascista", pero cuando en esa época puede también remarcarse posiciones más de "izquierda", apenas hace caso; sin embargo, según avanzan las páginas, veremos que las actitudes revolucionarias en las palabras del propio Ridruejo nos da una visión más clara y justa de él.
Nos parece muy torticera la valoración que realiza en la página 345, referente a los años 50, cuando dice que si hubiese sido aún falangista, no se habría hecho amigo de poetas republicanos, cuando la propia vida de Ridruejo nos habla de su don de gentes y su corazón abierto. Sólo recordemos su relación con Germán Bleisberg. El mismo ejemplo de José Antonio nos guía en el estilo falangista. Penella, en este asunto, siempre habla de vencedores y les asigna unas características generales a todos, de seres reacios a relacionarse con los vencidos, pero otras veces difeencia grupos dentro de los vencedores (falangistas, carlistas, derechistas, etc.), y esto es así cuando a él le interesa y conviene a sus prejuicios. El ejemplo de la relación entre Maestú y Marcelino Camacho desmiente el mito de la homogeneidad de los vencedores. En definitiva, el talante cordial de Ridruejo no es propio de un "cambio de piel", de una transformación de falangista a liberal, sino que es una característica personal de Dionisio, y que además encajaba en el estilo falangista.
A partir de su alejamiento del falangismo, comienza la parte difícil de analizar de Ridruejo. Su paso al liberalismo. Mi conclusión es que Ridruejo no era muy liberal. Ridruejo se creía liberal como se creyó fascista, por ignorancia. Ni fue nazi ni fue liberal, al menos en el sentido puro y, al menos, esto último hasta su madurez avanzada. Era demasiado social como para ser liberal. Sí creía en un sistema de partidos, pero en ningún caso creía en un sistema de libre mercado sin presencia del Estado ni en una banca usurera como la actual. Él creyó que el sistema de partidos (que la democracia, cómo él lo llamó, cayendo en la trampa, comprensible por otra parte) traería democracia económica (justicia económica, un mejor reparto de la riqueza), y es ahí dónde está la clave. Se hizo protoliberal porque seguía creyendo en los objetivos últimos del falangismo, una Patria donde reinara la Justicia Social, con el "detalle" de cambiar el medio: de revolución a evolución. Además, que se abstengan los defensores del sistema de partidos actual de alabarle por su cambio, por defender la "democracia" a capa y espada desde los años 50, porque el sistema de partidos en el que él creía poco tenía que ver con el actual, lleno de trabas para los partidos pequeños, hasta hace poco y durante décadas totalmente bipartidista. Él creía en una verdadera alternancia entre derechas e izquierdas socialdemócratas, con un centro fuerte. Sin embargo, Penella, que supongo que será defensor del sistema partitocrático injusto y difícilmente representativo actual, lo ve de otro modo, hasta el punto de que en la página 384 afirma que Ridruejo "vislumbró el camino hacia la democracia que hoy disfrutamos", lo cual o es una artería o es una mala interpretación. El caso es que la clave para entenderlo rectamente la da él posteriormente, cuando anuncia que esa democracia liberal que sí quería Ridruejo era asistida por la Justicia Social (pág. 391) y siempre rechazaría el simple bipartidismo (pág. 390).
Como conclusión, podríamos citar a Penella (pág. 386): "Quería atenerse a las coordenadas de lo real-posible", y quizás ese fue su problema. Confió demasiado en que lo "normal", lo moderno traería bienestar por el simple hecho de serlo. Descartó revoluciones y quiso mantenerse dentro de un liberalismo moral que al final ha traído injusticia económica. La firmeza de Perales, su amigo, en contraste, es encomiable. Sin embargo, lejos de considerar a Ridruejo un traidor, es un ejemplo de hombre libre y de un infatigable luchador por la Justicia Social. Su sindicalismo (aunque modificado) y anticapitalismo hasta el final de los días (página 391), así como su idea de soberanía, siempre presente, incluso defendiendo la inclusión de España en la política europeísta (pág. 410)así lo avala; además de apoyar nuestra tesis de que esta no era la democracia que él quería.