viernes, 8 de noviembre de 2013

Tempus irreparabile fugit

Si nos paramos a escuchar qué dice la gente acerca del tiempo, creo que lo que más se repetirá por bocas idiotas, profanas, es que el tiempo es un obstáculo para alcanzar la felicidad plena o, en su defecto, conseguir los objetivos más ambiciosos que nos planteemos en nuestra vida. Otras bocas, expertas, nos hablarán en términos físicos. Tampoco me sirve.  Ni obstáculo ni magnitud.

Al tiempo lo podemos notar gracias a la tecnología, pero lo percibimos de otros modos más naturales, caminos más cercanos a nuestra percepción emocional e intelectual. Uno puede notarse a sí mismo más viejo un día, tranquilo, sin necesidad de correr, delante del espejo contemplando su vida mientras mira sus ojos; tal vez, de esa manera, en esa mañana, pensará que el tiempo no pasa en balde, sino que hace estragos en su rostro, en su piel, en su pelo. Entonces tomará conciencia del tiempo. Es muy posible que hasta ese momento no haya tenido constancia de dicho paso del tiempo. Aunque él no haya reparado en los cambios físicos ocurridos desde la última vez que pensara en su envejecimiento, si es que hubo alguna vez anterior, el tiempo no ha dejado de pasar.

Veces ha en las que el ser humano, ser biológico, minucioso mecanismo, pero imperfecto, hace triste gala de su imperfección en algunos aspectos dolorosos del hombre. No digo doloroso en cuanto al sufrimiento físico, sino al que produce la decadencia mental. Muchas aristas tiene este prisma. Locura, alzheimer, demencia senil, depresión... El simple cambio de estado mental, nos habla mucho de cómo el tiempo existe y, además, de un modo triste.

En estos casos hay algo que duele, el sentimiento de quien está al lado, que ve el declinar vital de la persona amada. Pero hay una parte de este aspecto del pasar del tiempo que produce desasosiego sólo el hecho de pensarlo, la autoconciencia de la persona que se sabe declinante, muriente.

Hay quien considera que va envejeciendo por cumplir años y de vez en cuando se dice, como para sentirse mal, parece que fue ayer cuando, parece mentira que tenga ya, ¿te acuerdas? Otros, sin embargo, ese cumplir años les lleva a reflexionar sobre el futuro, que es tiempo inexistente para nuestra conciencia, pero  ineludible. De este modo le da una existencia real en nuestro mundo o, al menos, en el suyo. No es ni más ni menos que el modo en que se crea el tiempo. Si nadie pensara en el futuro no habría tiempo, quizás, no habría nada. Sin embargo, es el ser humano un ser biológico y esto significa que su fin es la vida y la vida conlleva un no morir permanente y eso nos lleva a un pensar en el futuro para que en él estemos nosotros, vaya a ser que llegue para no encontrarnos.

Quizás hayamos dado con el fin de los tiempos. Muerte, como lo llaman otros. Es nuestra liberación del tiempo, de sus cosas buenas, y las malas. O quizás no es liberación, sino abandono. Si este pequeño artículo va sobre el tiempo, no tiene sentido que hablemos del no-tiempo, excepto en una dimensión de la existencia humana, los despojos del abandono de que somos objeto cuando el tiempo huye, lo que se le olvida quizás deliberadamente aquí al tiempo cuando quiere dejar su vacío al dejar de ser. Hablamos de:

Esta cara de la moneda llamada no-tiempo es la que nos queda a los que aún somos víctimas del tiempo, los que aún insistimos por propia supervivencia en crear el tiempo, lo que a su vez es nuestra muerte. En esta agonía no se nos escapa el destino final e igualitario que nos espera, quizás eso nos hace considerar el tiempo como algo casi tangible y nos empeñamos en recordárnoslo a nosotros mismos al llevarlo en la muñeca, en un bolsillo, sobre una balda o en una pared.

El castigo de Sísifo no era la pesada carga, era que jamás dejaría de llevarla y ese jamás nace de un constante pensar en el futuro de descanso en un lugar en el que Tiempo no significa nada. Su castigo, por este motivo, no tendría fin. Su ansia de fin era la causa de que no lo tuviera. No pensar en el fin del castigo habría sido el fin del castigo.

Entre La Coruña y Úbeda decimos que hay algo más de 900 kilómetros, pero nos olvidamos que eso es inamovible, lo que fluctúa, lo que se mueve, precisamente porque nunca acaba de venir e ir, es el tiempo. Entre La Coruña y Úbeda hay 12, 13, 14 horas, o 6. El tiempo, como dice el título de la entrada, escapa como queriendo, pero somos nosotros los que le hacemos irse por querer que venga uno nuevo. Sólo esperamos algo, que nuestros deseos se nos cumplan, a veces nos quejamos de que no hay tiempo o este se agotó para el cumplimiento de aquellos, pero ¿qué si los cumplimos nosotros mismos sin esperar a que se cumplan?


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